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El despertar de mi ser profundo

Martes 9 de febrero de 2010, por Amélie El Boualay

La doble cultura que entregaron a Amélie su madre francesa y su padre marroquí, transformaron su estadía en América latina en una experiencia mucho más fuerte que la de un simple viaje de estudios.

Tuve suerte. Después de dos meses de vivir en Argentina, me fui a Bolivia, un poco por casualidad, porque acompañé a un amigo a ver a su madre que vivía en Sucre. Llegamos a Sucre el 24 de mayo. Todos hablaban de la fiesta que iba a tener lugar en toda la ciudad para celebrar el Bicentenario del primer grito revolucionario de América latina, el 25 de Mayo de 1809. Por todas partes se veían eslóganes como "Aquí nació la revolución", "Sucre se respeta" o "De pie, nunca de rodillas".

Ese día, me dí cuenta que iba a pasar algo muy importante para los bolivianos. Muy europea y muy romántica, me fascinó esa nación tan conectada con su memoria histórica y el espíritu de su revolución.

Las fiestas empezaron el domingo, pero el día oficial de conmemoración era el lunes. Fue un momento de increíble intensidad emotiva . Aunque no soy ni boliviana ni latina, cuando miles de campesinos de diversas regiones del país se reunieron en un desfile contra el racismo, sentí que estaba pasando algo tan fuerte que me faltó el aire y mis ojos se llenaron de lágrimas. Nunca había visto tal unión en un pueblo, tal sentimiento de pertenencia a una nación, tal fuerza humana. Y por un segundo, la emoción que me recorría me hizo sentirme parte de ese pueblo unido.

En Sucre, el 25 de Mayo de 2009

Cuando regresé de esos cuatro días en Bolivia, vi y viví mi experiencia en Argentina de otra manera, con menos miedo y mucha más serenidad, más liberada, ¡libre! En una palabra, más feliz. Al final, sentí que en este país tan grande, había también un lugar para mi.

Culturas e identidades

Supongo que este sentimiento de despliegue, que nació a través del proceso boliviano y argentino, se explica parcialmente por mi doble cultura franco árabe.

En Francia, cuando alguien me pregunta de qué cultura me siento más cercana, me cuesta mucho contestar. Vivo de una manera muy occidental pero soy muy afectada por los usos y los valores que, hasta ahora de manera bastante inconsciente, me vienen de mi padre marroquí. El viaje a América Latina me reveló la cuestión de mi identidad y empiezo a entender que las personas que encontré y con las quienes viví en Salta, en el noroeste argentino, me ofrecieron la suerte de reconocerme en ellas. La expresividad "táctil", el calor humano, la facilidad para hablar, el lenguaje de gestos, son cosas que, más allá de los estereotipos que nosotros podemos tener de los latinoamericanos, me permitieron asumirme libremente en este ámbito. Así me encantaron todas las conversaciones espontaneas que se iniciaron en las esquinas de las calles, los abrazos cotidianos me aparecieron naturales, casi necesarios, y las comidas con veinte personas que se prolongaron hasta la medianoche me recordaron el calor de mi hogar familiar.

Mi familia franco argentina

Me diferencié y me reconocí, y la síntesis de esos dos movimientos me permitió conocerme mejor, viviendo plenamente mis dos culturas, mezclándolas y expresándolas. Por esta razón, el encuentro y el intercambio con el otro es lo que más me motiva.

En relación con eso, me apasionan las ciencias humanas, especialmente la literatura, la filosofía y la lingüística, y también por las artes como la pintura y la música. Unas y otras expresan la diversidad humana y tratan de dar sentido a nuestras vidas, de ayudarnos a entender lo que vamos a hacer con ellas.

Por eso deseo trabajar en el ámbito cultural, en el sentido más amplio de la expresión. Más precisamente, quisiera insertarme en el marco de la cooperación descentralizada entre latinoamericanos y europeos para profundizar nuestros intercambios y aprender más de cada uno, de sus experiencias humanas personales y ciudadanas.

 Dos sitios web que les invito a descubrir: